La barbacoa

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia

¿Por qué se me ocurriría comprar esa barbacoa? Desde que empezamos con el aislamiento, Pili no hace más que insistir en hacer un domingo de costillas, butifarras, y un aperitivo de esos con los que ya has comido para dos semanas. Los cuatro; la abuela, el chaval y nosotros dos. Cómo si tuviéramos algo que festejar, con la que está cayendo…

Sólo la hemos usado una vez. Fue durante la primera verbena de San Juan que celebramos en casa, ¿qué haría, tres o cuatro meses después de mudarnos? Más o menos. Pobre trasto, éste sí que se ha estado décadas confinado. Y sin rechistar.

Nuestra casa perfecta, eh Pili? Un bajo de una finca antigua, con vigas de madera, con un bonito patio descubierto que me entesté en forrar de baldosas. Por aquel entonces, éramos unos enamorados del bluegrass y el country, y esa parcelita era lo más parecido a tener un cobertizo y un rato de tranquilidad, para tocar el destartalado banjo que compré en el rastro por mil pesetas. Un rincón de calma rodeado de grandes edificios. Aun así, no lo cambio por nada.

La barbacoa me la vendió un primo lejano de un tío de Pili, que la había comprado de segunda mano, para hacer una localización de una película que nunca llegó a ver la luz. Cosas de la censura.

La instalamos esa misma tarde, para poder disfrutarla por la noche.

Manu, ve preparando el Don Carbón, que voy a empezar a cortar el queso

Esa verbena jamás la olvidaré, fue un precioso despropósito! Carlos vino con su primera novia; veinticuatro años y aún andaba así. Siempre fue muy tímido con las chicas, y esa noche se le ocurrió la nefasta idea de sobrellevar los nervios bebiendo jarras de sangría. Se pasó la noche en el baño, y no fue porque estuviera vomitando… que también podría haber sido. Semanas más tarde, supimos que era intolerante al melocotón, y el por qué gastó tres rollos de papel de baño sin pestañear. Con lo cotizados que van ahora! Él no recuerda nada de esa noche, obviamente. Y creo que esa chica tampoco quiera volver a rememorarla. No la volvimos a ver más. Deberíamos hacerle una videollamada de esas; la semana que viene va a ser su cumpleaños, y me da a mí que lo va a pasar encerrado.

¿Has visto la lata de berberechos que trajimos del pueblo? Ah, aquí está!

Fue la misma noche en la que Montse y Rita se conocieron. Montse estudió biología conmigo, y Rita era una amiga de Pili, que iba para actriz de teatro. La noche y el día. Lo mental y lo visceral. La pareja más entrañable jamás vista. El amor en mayúsculas. Y pensar que se conocieron gracias a su adicción a las cebollitas encurtidas, ¿esas que siempre quedan huérfanas en los aperitivos, porque nadie las quiere? Pues esas. Fue disputarse la última, y empezar a cruzarse miradas y canturrear risitas vergonzosas. Deberíamos llamarlas y preguntarles sobre cómo va el proceso de adopción, ahora que todo parece estar paralizado.

Papá, te veo perdido. ¿Quieres que busque algún tutorial por internet?

Sandra y Diego vinieron cargados de sardinas frescas y acompañados de un bonito y enorme perro. Lo encontraron abandonado en medio de la carretera, cuando regresaban de un concierto de la Elèctrica Dharma en l’Estartit. Obviamente, lo llamaron Dharma. Cómo me gustaría tenerlos aquí y abrazarlos. Lástima que viven en la montaña y sin internet. Ellos siempre han sido un poco despegados, sin pensar en lo mucho que los echamos de menos la gente de ciudad, pero se les quiere aún más, justamente por ser así. Y mira que siempre nos invitan a pasar unos días con ellos, pero por mi estúpida vagancia nunca vamos.

Mmmm!!! Qué bien huele! Voy a poner la mesa. Abuela, coja el vermut de aquel armario. Sí sí, ese.

Una bonita noche entre amigos, comiendo, bebiendo, cantando, intentando tocar el banjo. Sin preocuparnos de mantener la distancia mínima o de cuchichearnos planes para gastar bromas al pobre Carlos, que suficiente tenía con lo suyo. Una bonita noche en la que la barbacoa brilló por su ausencia, porqué hicimos tal humareda que casi nos ahogamos y los vecinos empezaron a quejarse, como yo lo hago con el pesadito del quinto y el maldito “Resistiré”. Una bonita noche en la que terminamos por hacer bocadillos de queso y jamón, porqué mientras intentábamos sofocar el humo, Dharma se comió todas las sardinas.

Pili, saca el radiocassette! Voy a buscar la cinta de Memphis Minnie. Cuando esto termine, iremos a hacer una visita a Sandra y Diego, te parece?

Helena Fàbregas
El Cuaderno de Pandora




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