Desde aquí

Desde aquí, la nueva habitación, veo oscurecer todas las tardes. Digo oscurecer porque a mi abuela le gusta más. ¿Vale?

Hemos pasado de 39 a 36 en 17 horas, luego ha venido su correspondiente «mojada», sí sí, algo así como si fuera un squirting, pero no, son las consecuencias de una bajada de fiebre en una sepsis general de una señora de 93 años.

Ha venido, a la nueva habitación, una auxiliar muy agradable a ayudarnos con lo del squirting, ¡QUE NO, QUE NO! con lo de la bajada de fiebre quería decir.

Todo se ha quedado sequito, mi abuela también y yo le he hecho una mueca de afecto a la auxiliar y le he dado las gracias.

La chica me ha contestado: gracias a ti por cuidar de tu abuela.

Y justo aquí, termina la historia, pero ahora empieza lo más importante…

¿Gracias por cuidar de mi abuela?

Cuando era pequeñita mi abuela me daba de merendar pan con chocolate, me juntaba los dos sillones y me hacía una cama que molaba más que la cama mágica de «la bruja novata», me hacía mi comida favorita y mi cuidaba cuando mi padre y mi madre tenían trabajo, eso si, al hablar de los cuidados de mi abuela seguimos hablando de «comida». Hasta hoy: ¿has cenado? ¿Has comido? ¿Vas a comer tan solo eso?

La risa venía cuando repelaba la olla, entonces ahí cuidaba yo de mi abuela, sobre todo la curva de su sonrisa.

Yo no nací preparada para cuidar abuelos/as, para darles la mano y aceptar que tarde o temprano se tengan que ir, para cambiarla de lado para que no se ulcere el cuerpo (si, después de días en la cama el cuerpo se ulcera).

Por supuesto, tampoco nací preparada para hacerlo en una pandemia mundial.

Y puesta a ser sincera la relación entre mi abuela y yo, no ha sido del todo buena.

Me encanta ver a esas familias primerizas llenando de cuidado a los/as nuevos/as bebés de casa. Qué bonito ¿verdad?

Pero ¿qué pasa cuando envejecemos?

El cuidado y el acompañamiento son  valores tan importate de trasnmitir como el respeto, el amor o la empatía, de hecho es un poco de todo eso.

Es domingo 12 de abril de 2020, sé muy bien que día es, y desde aquí, la nueva habitación, veo la ciudad, a veces sueño hasta que veo el mundo, llena de humanos/as y vacia de humanidad. Ausente de silencio, siempre lo rompen, como cuando el «Madrid» gana la champions, ya me dirás tú a mí qué logro para levantarnos todas al unísono…

«Gracias a ti por cuidar a tu abuela»… Sí, eso pasa, el personal sanitario te agradece que cuides a un/a abuelo/a con corona virus o sin él… 

«Todo va a volver a la normalidad»

Y yo me pregunto ¿a cual? ¿a esta? Ojalá que no… Ojalá que nunca volvamos a esta normalidad tan imparcial con el conflicto en Siria, digo Siria por poner de ejemplo un conflicto.

 Con las personas refugiadas.

Con nuestras personas mayores, aquellas que nacieron en mitad de una guerra llena de odio y todavía les han quedado puñados de amor que regalarnos.

Con la violencia de género

Con el cambio climático.

¿Acaso no hemos aprendido que no hace falta comprarnos de todo ni el black friday? Que no necesitamos más de lo que tenemos…

La gente tiene miedo ¿miedo? Miedo que no te agarren la mano en esa incertidumbre que se sufre entre la vida o la muerte, miedo a quien no  les decimos «tranquila estoy aquí» cuando es otra enfermedad y no el Covid y miedo esa pasividad tan devastadora que es la mayor pandemia mundial que sufrimos. 

Tantas cosas que no me gustan de nuestra normalidad, que ojalá no volvamos nunca a ella.

«Son gritos en el cielo y en la tierra son actos» Gabriel Celaya.

Voy a intentar dormir…

Isabel Aroca



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