Indignada desde su sofá

La generación de los niños que jugaban en la calle, quedaban en la plaza de España, el barco, en la urba, en la estación, o en el Otawa… risas y tardes interminables, mágicas. 

En sus casas había empezado a ocupar un espacio importante aquel ordenador desde el que jugaban al buscaminas, escribían cartas a Word, pasaban canciones y dibujaban en el paint, no dejó de ser un instrumento de mero entretenimiento. 

Hasta que un día el chat de Terra, las risas con los amigos, fiesta ciezana, cieza, el @, y entonces buala messenger, los estados, los tonteos, fotolog……..

 El móvil, los toques, el corazón a mil por hora, los mensajes los códigos….. Tuenti, las cámaras digitales el millón de fotos, la diversión….

El millón de fotos, la obsesión, el Facebook la comida, las fotos a la bebida, el selfie, la foto al café, las amigas, el Whatsapp, la sensación de cercanía, Alemania, Skype, vuelta, el café las amigas, los móviles, la distancia, porque entonces el móvil era una extensión de nuestro cuerpo, y, entonces quedábamos y siempre había alguien a quien le importaba más lo que le decían a través de la pantalla que lo que queríamos contarnos.

Y un día, de repente, el freno, el shock, el golpe, y la casa, internet, las videollamadas, el deporte, la lectura, las clases online, y entonces sólo entonces aprendimos a usar lo que nadie nos había enseñado, y a la vez empezamos a aborrecerlo, la información,el embudo de información. Porque  las cosas que se hacen en exceso al final toman el sentido contrario al que tenían, tanta información que se ha convertido en la falta de certezas, nos están analfabetizando a base de lanzar información sesgada y constante, nos han inmunizado emocionalmente a base de mostrarnos un mundo tan ruin y tan trágico, que lo hemos integrado dentro de nosotros como parte de la propia existencia del ser humano, que el reconocimiento diario a todos los trabajadores de ya no se qué sector está perdiendo su sentido.

Porque al final todos queremos ser, y la gente sale a aplaudir a los balcones sin saber si quiera por qué aplaude, tenemos tantas batallas a medias que no terminamos ninguna, la batalla por una sanidad digna, la educación, contra la corrupción o a favor de la República, y cuando alguna empieza a tomar fuerza, ¡zas!, otra cosa más relevante que no dejan de ser estrategias para quitar el foco de donde lo teníamos y que no acabemos de aclararnos con nada.

Y entonces, otra guerra que no libramos aunque creamos que sí porque estamos en nuestros sofás indignados, hablando y dando nuestra opinión, y cuando empezamos a movernos, o se intuye el movimiento, otra y otra cosa, la demagogia, el hacer apología de los sentimientos para ganar adeptos seguidores o hacerse con los votos, las ideas o la admiración de los más indignados, la manipulación es bestia porque todo tiene cabida, y porque dentro de todo estamos muy agusto en nuestros sofás, criticando, haciéndonos selfies, aplaudiendo, utilizando todos los filtros de Instagram, diciendo lo que comemos o lo que dejamos de comer, alucinando porque nos tienen controlados, ¡VERGÜENZA! 

Pero, ¿qué queremos? ¿cómo no nos van a controlar? Los cambios de verdad se han conseguido incomodando, permaneciendo, sin dar un paso atrás y esforzándonos,¿estamos dispuestos? Si nos han vuelto unos cómodos cuya autoestima se sustenta en un par de fotos, ¿estamos dispuestos a desconectarnos?,  ¿a acabar con esto?, ¿de verdad a echarle un pulso al sistema? ¿que quieren saber que hacemos en cada momento? 

Apaga el móvil, tira la tarjeta y volvamos a unos cuantos años atrás, volvamos a tener horarios para hablar un par de horas, estaría bien y dejemos de estar continuamente girando en la espiral de la tontería, del consumo por el consumo, de seguir a 200000 millones de influencers que me venden lo primero que les regalan y yo tonta de mí lo quiero, lo uso y lo desprecio y necesito más, esa microdosis de consumo que me da esa satisfacción inmediata y a corto plazo, como la que se tiene en una relación tóxica, ser dueños de nuestro tiempo, ¡qué fantasía”, ¿ verdad? 

Son cosas que ya pocas veces las sentimos y cuando se tienen decimos: ¡qué bien, hay que hacerlo más!, y tardamos media vida en hacerlo, porque esta es la adicción del siglo XXI, y nuestros camellos nos programan para tenernos dóciles y controladitos, y aquí estoy, hipócrita de mi, haciendo llegar un mensaje que quizá nunca cumpla, otra indignada desde su sofá.

Beatriz Guirao




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