a.c

Un par de días antes del estado de alarma, recuerdo escuchar a las  dependientas de una panadería comentar entre ellas cómo les estaban explicando a sus hijas qué era el  coronavirus. Lo hacían con una tranquilidad pasmosa y una sonrisa en la cara. Desde luego, no tan grande como la que teníamos mis amigas y yo al comienzo de febrero comentando, entre litros de cerveza, el asco que daba la sopa de murciélago con la  que había empezado todo en China. No teníamos ni idea de lo que se nos venía encima.

Mucho ha llovido desde esos litros hasta hoy, 7 de abril, día 25 d. c: después del confinamiento. Bueno, por lo menos de mi confinamiento.

Supongo que esto nos pasará a todos y es que los días se nos mezclan. No recuerdo el día que comí pasta o cuándo terminé una de las mil series que tengo a medias. Pero sí que recuerdo, y de manera sorprendentemente nítida, lo que hice justo antes del confinamiento.

La previa de este cambio de era, la noche del 13 de marzo, no la pasé en casa. Cogí el metro hasta Encants para ir a casa de una amiga. Compré vino y una bolsa de patatas antes de subir. El supermercado estaba lleno y todo parecía seguir como si nada. Comenzamos a beber cerveza mientras hacíamos la cena. Hice una videollamada con unos amigos y mis hermanas me escribían por el grupo de whatsapp que no me entretuviera, que se iba a poner la cosa seria. Evidentemente no les hice mucho caso.

Cervezas, vino, cava e incluso chupitos acompañaron la conversación hasta que nos fuimos a la cama. Cuando me desperté, “bromeábamos” con la idea de ir a mi casa, coger algunas cosas y volver para confinarme allí. Total, iban a ser solo dos semanas. Pero al día siguiente trabajaba (las sonrisas no se reparten solas) y la cuadrícula de mi cabeza sabía que lo correcto era irme.

Por unos días, me arrepentí mucho de haber salido por esa puerta. Ahora ya no lo hago tanto. Supongo que, en cierta manera, he asumido como normal la situación que estamos viviendo y la impaciencia ya no me acompaña en este viaje.

Ese sábado 14 al mediodía, volví a casa andando. Ya me daba respeto coger el metro. Un trayecto de una hora pasó a ser de dos horas y algo. Estaba embelesada por una Barcelona vacía y silenciosa que probablemente no vuelva a ver.

Pero todo esto era a.c, antes del confinamiento. Ya veremos cómo sigue esta nueva historia.



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