La vida entre cuatro paredes

Abro la ventana y el discreto olor a hogar que exhala el ambiente se mezcla con ese aire fresco de una madrugada de primavera. Dos pisos más abajo, sobre el pavimento en la esquina que forman las calles Reyes Católicos y Callejón de los Tiznaos, una persona se aproxima. Hace poco que las nubes han borrado la luna, luego los claroscuros de la noche, y ahora su luz se filtra cuando asoma de nuevo. La esclusa de la luna empieza a susurrar por la pradera de las nubes, y las estrellas rodean la Atalaya como pupilas. Una luminosidad extraña, que no sé bien a qué atribuir, permite divisar la montaña perfectamente.

Abro la ventana para distraer la vida entre cuatro paredes y el ruido de unos pasos sobre el adoquinado se cuela sin permiso. Los olores del exterior se hermanan con los recuerdos con gran sabiduría. A cada paso que da esa persona bajo la luz de níspero del alumbrado público, de su boca sale una tos, un carraspeo de garganta, un murmullo que sólo desaparece cuando dobla la esquina. Algo más arriba, cerca ya de la calle Mesones, una luz se apaga. Y más allá, junto a Buen Suceso donde se ensancha la acera, un juego de sombras invade la calzada. Me saca de mi contemplación el ladrido de un perro. 

Abro la ventana para escapar por un momento del aislamiento. En la madrugada el oído puede discernir el golpe de unos postigos al cerrarse, el fragmento de una despedida susurrada o el repiqueteo de una campana. ¿Qué puede haber más interesante que dejarse llevar un rato por la atmósfera que inspira una noche de abril en pleno estado de alarma?. La emergencia sanitaria ha hecho nacer este silencio, que tanto nos ampara de día y de noche. Escucho la quietud. A veces no hay manera de evitar que la tristeza y el desasosiego originado por la pandemia se metan hasta el fondo del alma y tejan un velo de desánimo en torno al corazón.

A través de esa ventana, a esa hora tan tarde, se ve el paso de un vehículo policial. El azul del puente de luces brilla en la oscuridad y atrae la mirada como un imán. Parece como si esa luz rivalizara con el momento en que la luna azulara ese paisaje nocturno. Pasa el último coche, la calle enmudece y se apagan los últimos televisores. Luego, el silencio. En el cielo se perfila una hebra de luna. Cierro la ventana de la habitación y parece como si un mundo se cerrara tras los cristales. El aire fresco de una madrugada de primavera ayuda a entrar en el mundo de los sueños.

Pascual Gómez Yuste



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