A Mateo…

La tarde del 11 de febrero decidiste que era tu hora, que querías salir y conocer el mundo. Esa misma noche a las 23:25 ya estabas aquí. Y, por un instante, mi vida se paró y cambió por completo. Porque ahora no era solo yo, no éramos solo nosotros, sino que estabas TÚ, ese ser diminuto y dependiente que nos necesitaba absolutamente para todo. Y, al pasar los minutos y esas primeras horas, fui consciente de que mi vida ya no sería la misma, que ya todo giraría a tu alrededor. 

Como a cualquier madre, primeriza o no, un miedo se apoderó de mi cuerpo, ese miedo a que todo salga bien y que no te pase nada malo. Ese miedo de poder entender tus señales y socorrerte siempre que lo necesites, ese miedo que tanto te cuentan y nunca terminas de creerte porque piensas que serán exageraciones. Pero es real e inevitable, ese miedo existe y yo todavía no sabía lo que nos deparaba el futuro.

Pasamos los primeros días haciéndonos el uno al otro, intentando conocernos y adivinando lo que significaban tus llantos. Y entre lloros (tuyos y míos) y risas por el mismo agotamiento y los días sin dormir fueron pasando las primeras semanas. Pero íbamos acostumbrándonos a esta nueva situación y poco a poco fuimos pillándole el “truco” a todo esto. Y éramos felices, muy felices y salíamos a la calle deseando mostrártelo todo y a todos. 

Así estuvimos tus cuatro primeras semanas de vida, sin imaginar lo que se nos venía encima. Y esa cuarta semana, con un mes, el mundo da un vuelco y nos toca quedarnos en casa. Todos nuestros planes quedan en pausados hasta nuevo aviso…

Pasamos los días aquí encerrados y, aunque algo lo notas, intentamos llevar una “vida normal” encerrados. Nos vestimos, salimos a pasear en el carro por el pasillo, nos asomamos a la ventana cual Romeo y Julieta y subimos a la terraza a recoger la ropa y tomar un poco el sol. Grabamos vídeos y nos echamos fotos, aunque todas tengan el mismo fondo, nuestra casa, quedarán en la memoria como una experiencia única, que esperemos sea irrepetible. 

Pasamos juntos 24/7 y no conoces otras caras ni otros brazos que no sean los de papá o los míos y, ahora que cada día haces algo nuevo y estás más despierto, no dejo de pensar en toda nuestra familia y amigos, tus abuelas, tíos y bisabuelas, que, aunque intento que sean partícipes y vivan cada momento con nosotros, no es lo mismo… se están perdiendo estas semanas contigo y se mueren por cogerte y achucharte entre sus brazos, pero ¡bendita tecnología! ¿quién le iba a decir a tu bisabuela que te podría ver a través de una pantalla estando lejos? Que podríamos hablar y verte esa carita y tus risas. Y me apena, porque no sé cuándo podrán abrazarte de nuevo, pero estoy segura de que será muy pronto, que en nada volveremos a estar todos juntos, riendo y viviendo la vida de nuevo. 

No dejo de pensar el mundo que queríamos enseñarte y que estoy segura de que podremos hacerlo, pero no será el mismo. Porque para bien o para mal, el mundo que yo he conocido y te quería mostrar ya no está y no volverá, porque cuando todo esto pase, todo habrá cambiado y juntos descubriremos un mundo nuevo, del que espero que hayamos aprendido y sea un lugar mejor para ti.

Y en el futuro, cuando estemos sentados al sol, cervecita en mano y contándote a ti y a tus hijos todas estas anécdotas, puede que no te las creas o que pienses que no fue para tanto, porque por suerte eres muy pequeño y no recordarás nada de esto y, te lo contaremos como esas historias y vivencias que nos enseñan en el colegio de la guerras pasadas y que nunca te imaginas que te va a tocar vivir de primera mano. Pero precisamente por vosotros, por nuestro futuro estamos aquí “luchando” de la forma que se nos ha pedido.

Ya solo nos queda pensar que cada día pasado es un día menos para volver a estar todos juntos de nuevo, riendo y viviendo la nueva vida que nos espera.

Cristina Marín



Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entradas recientes
Comentarios recientes